Reflexiones cotidianas: En defensa de la vida

Prócoro Hernández Oropeza

  • Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos. «La fuerza de amar» (1963), Martin Luther King

La humanidad está inmersa en muchas batallas que van desde la sobrevivencia, la consecución de un buen empleo, fortuna, fama, salud, gobiernos honestos, derechos humanos, en defensa de la ecología, de los animales, el respeto del género, hasta cosas tan triviales como la de analizar si los alumnos usan uniformes masculinos o femeninos o de plano sólo usar uno que no lo distinga para no afectar los sentimientos de esos nuevos roles sexuales que ha puesto de moda la infrasesexualidad. Desafortunadamente se han olvidado del respeto por la vida humana.

Hoy la humanidad se encuentra en un callejón sin salida, donde el sufrimiento hace escarnio sin distinción de edad, sexo o raza. Hombres que enloquecen y matan a gente inocente en las escuelas, otros se convierten en hombres bomba y en nombre de su Dios asesinan a cuantos encuentran a su paso, otros usan los carros como arma asesina o secuestran aviones. Otros tantos enajenados por las drogas que circulan fácilmente por las calles, con la complacencia de los gobiernos. Los sicarios de la muerte que se disputan los territorios para la venta y distribución de esas sustancias perniciosas.  El estrés, las preocupaciones, la angustia, la corta vida de los matrimonios causado por tanta lujuria.

En síntesis, la ira y la lujuria, sin dejar de lado a la codicia, avaricia, envidia y al orgullo tienen sometida a la humanidad en el sufrimiento. La causa del sufrimiento es la ignorancia, ignorancia provocada por las mismas instituciones, el gobierno., inclusive la religión. En todas las tradiciones antiguas este conocimiento era incuestionable y sus líderes o guías espirituales entregaban las herramientas para salir de ese estado de sufrimiento. Lo ensenaban a través de sus cuentos y mitos o de la misma experiencia de vida de sus guías.

Por ejemplo, recuerdo aquel cuento de un maestro que era muy querido en su pueblo, sobre todo por su amor y entrega a los demás, por su sabiduría. Cierto día una muchacha se embarazó de un joven al que la familia no quería como esposo. La muchacha al verse en ese dilema y para evitar que la familia se fuera contra su enamorado inventó una mentira. Les dijo que el padre de esa niña era el maestro. Toda la comunidad se molestó por tan cruel ofensa, todos lo enjuiciaron y cuando nació el bebé los padres de la muchacha se lo entregaron para que lo criara. El maestro no dijo nada, en silencio recibió al recién nacido. Muchos se alejaron de su compañía y enseñanza. Al pasar un año, la muchacha se sentía culpable por tan monstruosa mentira y el remordimiento no la dejaba en paz, hasta que confesó su verdad.

Los padres, arrepentidos fueron a ver al maestro, le dijeron la verdad, pidieron perdón y el maestro, sin recriminación, les entregó al bebé. El silencio del maestro, su actitud y comportamiento ante tan gran ofensa mostró a un ser que había aprendido a calmar su mente, a no sufrir y en paz aceptar una mentira. Otra persona menos preparada hubiese hecho escándalo, se hubiese defendido y hasta podría haber pedido la intervención de las autoridades. En los mitos griegos, en las leyendas populares de todas las tradiciones antiguas había y sigue habiendo gran enseñanza para descubrir esos virus perniciosos que atentan contra la paz interior y la felicidad del humano. En los mitos de Perseo o de Hércules se nos muestra esa lucha en contra de esos yoes, como la Hidra de Lerma con sus siete cabezas, el cancerbero de tres cabezas, la Medusa con su cabeza de serpientes. En todas ellas se hace referencia a esos virus o yoes que se anidan en nuestra psique.

En las escuelas, en el hogar, en las iglesias, ni en las universidades nos enseñan a calmar la mente, a buscar el origen de aquellos elementos que originan el sufrimiento. En otras entregas hemos dicho que el origen del conflicto y del sufrimiento son los yoes o egos. Esos virus que se han enquistado en nuestra alma y han fragmentado nuestra conciencia. Esos yoes, también lo hemos dicho, son legiones que controlan nuestros pensamientos, emociones y acciones, pero como no lo sabemos creemos que eso forma parte de nuestra psique, nuestra personalidad. Y loa aceptamos como una verdad y a veces con orgullo. Sí, soy enojó y qué, ese es mi carácter y no lo voy a cambiar; otros dirán: el sexo es mi juego favorito, a eso bien y voy a disfrutarlo. Esas personas lo ven tan natural, como si esa fuera su real naturaleza y no lo es. Nuestra verdadera esencia es divina, es la fuente del amor, la paz, interior, la felicidad, las virtudes. Sólo que eso yoes las tienen atrapadas, han fragmentado nuestra conciencia y, como lo dijo Buda, sólo tenemos 3 por ciento de conciencia, el resto está atrapada, fragmentada por los yoes. Esas es una gran verdad y el origen de todos los conflictos está generando mucho sufrimiento en la humanidad y nadie clama o lucha por esa gran verdad. Asesinatos brutales, drogadicción, infrasexualidad, ira, codicia, envidia y orgullo tienen a la mayoría de la población de rodillas adorándole, rindiendo pleitesía y entregando muchos sacrificios humanos.